Museo Reina Sofía, Madrid
Marta del Castillo Bravo
“Nous voulons la vie èternelle”, así se traduce uno
de los cuadros letristas de Maurice Lemaitre (Canallas IV) que componen la
exposición de “Espectros de Artaud. Lenguaje y arte en los años cincuenta”, en
el Museo Reina Sofía de Madrid. Y qué razón. Pese a no conocer a ninguno de los
artistas allí representados, incluso no conocer la vida y obra de Antonin Artaud,
uno termina la exposición como si hubiera retrocedido sesenta años atrás y
entendiera de primera mano todo el movimiento originado a raíz de la figura de
Artaud. Aunque, hay que reconocer, que la exposición se decanta muchísimo más
por los artistas franceses que por los estadounidenses y los brasileños, a los
que dedica a cada uno poco más de una sala. Desde el primer momento uno ya se
da cuenta de que allí dentro habrá poco de racional, puesto que nada más pisar
la sala se comienzan a escuchar los gritos de fondo de Gil Wolman o de Maurice
Lemaitre mientras se lee detenida y concienzudamente las palabras de Artaud en
lo referente a la medicina y el rechazo a sus prácticas, las cuales, según
éste, conducen al “estado del Bardo” o charco, una metáfora referida al estado
del “no-yo”, es decir, la erradicación de la propia persona. Por si el
desconcierto es poco, los cuadros y dibujos que se exponen de Gabriel Pomerand,
de Isidore Isou y del ya mencionado Maurice Lemaitre, por una parte recuerdan a
dibujos infantiles, y por otra, se asemejan a símbolos o jeroglíficos, y la
primera reacción frente a éstos es de “me están tomando el pelo”. Frente a todo
este “caos” irracional, si se tiene buen ojo, uno puede hasta divertirse
intentando descifrar el código de los cuadros de Lemaitre, entretenerse con los
dibujos de Isou de los episodios Antiguo Testamento, encontrar sentido a las
formas humanas de los cuadros de Pomerand o descubrir la numerosas alusiones al
miembro masculino en los dibujos de Artaud y en algunos otros cuadros de los
artistas ya mencionados. Gracias a los carteles de la exposición (me da que sin
ellos no se entendería nada) deducimos que éstos artistas pertenecen al
movimiento letrista, movimiento vanguardista de posguerra, y que éste no sólo
se dio en la disciplina de la pintura, sino que la exposición muestra su
influencia en el cine (películas con duración de hora y media, como la que al
principio se muestra de Isidore Isou, Lemaitre, Gil Wolman y François Dufrene),
que a su vez fue influenciado por las palabras de Artaud: “Por mucho que lo
intentemos, el oído siempre oirá el sonido de la sala, mientras que el ojo
percibe lo que sucede en la pantalla en un lugar distinto de la sala”, y que,
por deducción, pretende la separación del sonido de la imagen. Al margen de
todo el movimiento francés, la influencia de Artaud en EE.UU se representa
bastante mal en la exposición, puesto que hay mucha escenografía montada pero muy
pocos carteles alusivos a ésta, y en Brasil sólo se deduce la influencia de
Artaud con respecto a la práctica de los tratamientos psiquiátricos y un
movimiento llamado “poesía concreta”. Personalmente, la exposición ganaría más
si hubiera estado dedicada exclusivamente al movimiento francés, puesto que hay
demasiada información en poco espacio.
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