Por Marcos Fernández Solís
Espectros de Artaud
Museo Reina Sofía
A las grandes guerras suelen seguir
algunos años de optimismo en el bando vencedor: tras la primera
guerra mundial vienen los felices años veinte; tras la segunda, los
años de la verdadera era del bienestar americano, del apadrinamiento
de Europa y de la nueva fe en la ciencia atómica y espacial. En este
tiempo, el expresionismo abstracto y el suprematismo son aceptados y
aclamados como el arte puro del momento. Pero toda corriente oficial
da sombra a los ríos subterráneos que nutren el porvenir. En 1942
Isidore Isou comienza a darle vueltas al manifiesto del letrismo,
cuya idea, si bien nace aparentemente lejos de la realidad a pie de
trinchera de su tiempo, con los años y multitud de asociaciones
artísticas toma cuerpo como fuerza transgresora y auspiciadora de la
(semi)revolución social y cultural europea de los 60. La exposición
del Reina Sofía retrata la expansión de la influencia letrista
desde la poesía hacia otras disciplinas como la pintura, el cine o
la música y la emparenta con las tesis totalizadoras y
revolucionarias del gran Artaud, utilizado como punto de partida y
referencia mediante dos grabaciones sonoras que abren y cierran la
muestra clamando por un levantamiento de la enfermedad contra la
medicina, contra una sociedad alienada y grotesca.
Isou y sus acólitos se habían
encontrado con que el lenguaje estaba agotado: ya no había campo
vacío que pisar; así Isou, en una de sus películas, compara su
labor con la destrucción sistematizada de la belleza y “lo
ordinario” por parte de Picasso en la pintura y de Alfred Jarry en
la obra dramática; solo queda la crítica o la apología: la
destrucción consciente de la imagen es su única capacidad de
evolución. Con algunos métodos heredados del Dadá, del surrealismo
y el futurismo, los letristas continuaban la cadena que llevaría al
arte conceptual, pero aún con su categoría de vanguardia a la vieja
usanza, buscando exhaustivamente sistematizar la representación, y
con toda su férrea disciplina de movimiento con sus artistas
aceptados y rechazados dentro del grupo. Entretanto, Pierre Boulez y
John Cage, que se escribían de un lado al otro del Atlántico y
hablaban de Artaud, parecían haber llegado a conclusiones y a
necesidades similares en el campo de la música, al igual que el
mismo Yves Klein o el grupo de artistas brasileños que también
recoge la exposición, coetáneos de la doctora Nise da Silveira,
representante allí de las nuevas ideas sobre el tratamiento de los
enfermos mentales que eclosionarían en los 70, contra la psiquiatría
del electroshock que Artaud sufriese. Se estaba fraguando toda
una forma nueva de expresión y percepción; el mundo había caído
en un orden aparente que había que dinamitar y volver a construir
desde sus piezas más pequeñas, era necesario reeducar la percepción
de la realidad para poder seguir adelante: nacía la revisión y la
descontextualización y se inauguraba, para bien y para mal, la
posmodernidad.
Al mismo tiempo, la muestra recoge un
artículo simbólico: la Columbia editaba en 1958 un vinilo
titulado Maurice Lemaitre présente Le Lettrisme, era el
preludio del fin de uno de los últimos optimismos revolucionarios
que hemos conocido, el anuncio de una era en la que lo subversivo se
acabaría transformando en otro valor de venta.
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