martes, 16 de octubre de 2012

Artaud y los sistemas de destrucción


Por Marcos Fernández Solís

Espectros de Artaud
Museo Reina Sofía


A las grandes guerras suelen seguir algunos años de optimismo en el bando vencedor: tras la primera guerra mundial vienen los felices años veinte; tras la segunda, los años de la verdadera era del bienestar americano, del apadrinamiento de Europa y de la nueva fe en la ciencia atómica y espacial. En este tiempo, el expresionismo abstracto y el suprematismo son aceptados y aclamados como el arte puro del momento. Pero toda corriente oficial da sombra a los ríos subterráneos que nutren el porvenir. En 1942 Isidore Isou comienza a darle vueltas al manifiesto del letrismo, cuya idea, si bien nace aparentemente lejos de la realidad a pie de trinchera de su tiempo, con los años y multitud de asociaciones artísticas toma cuerpo como fuerza transgresora y auspiciadora de la (semi)revolución social y cultural europea de los 60. La exposición del Reina Sofía retrata la expansión de la influencia letrista desde la poesía hacia otras disciplinas como la pintura, el cine o la música y la emparenta con las tesis totalizadoras y revolucionarias del gran Artaud, utilizado como punto de partida y referencia mediante dos grabaciones sonoras que abren y cierran la muestra clamando por un levantamiento de la enfermedad contra la medicina, contra una sociedad alienada y grotesca.

Isou y sus acólitos se habían encontrado con que el lenguaje estaba agotado: ya no había campo vacío que pisar; así Isou, en una de sus películas, compara su labor con la destrucción sistematizada de la belleza y “lo ordinario” por parte de Picasso en la pintura y de Alfred Jarry en la obra dramática; solo queda la crítica o la apología: la destrucción consciente de la imagen es su única capacidad de evolución. Con algunos métodos heredados del Dadá, del surrealismo y el futurismo, los letristas continuaban la cadena que llevaría al arte conceptual, pero aún con su categoría de vanguardia a la vieja usanza, buscando exhaustivamente sistematizar la representación, y con toda su férrea disciplina de movimiento con sus artistas aceptados y rechazados dentro del grupo. Entretanto, Pierre Boulez y John Cage, que se escribían de un lado al otro del Atlántico y hablaban de Artaud, parecían haber llegado a conclusiones y a necesidades similares en el campo de la música, al igual que el mismo Yves Klein o el grupo de artistas brasileños que también recoge la exposición, coetáneos de la doctora Nise da Silveira, representante allí de las nuevas ideas sobre el tratamiento de los enfermos mentales que eclosionarían en los 70, contra la psiquiatría del electroshock que Artaud sufriese. Se estaba fraguando toda una forma nueva de expresión y percepción; el mundo había caído en un orden aparente que había que dinamitar y volver a construir desde sus piezas más pequeñas, era necesario reeducar la percepción de la realidad para poder seguir adelante: nacía la revisión y la descontextualización y se inauguraba, para bien y para mal, la posmodernidad.

Al mismo tiempo, la muestra recoge un artículo simbólico: la Columbia editaba en 1958 un vinilo titulado Maurice Lemaitre présente Le Lettrisme, era el preludio del fin de uno de los últimos optimismos revolucionarios que hemos conocido, el anuncio de una era en la que lo subversivo se acabaría transformando en otro valor de venta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario