Mar de Pixeles
"Nature Morte". Charles Sandison.
Galería Max Estrella. Madrid.
Lara Cuevas del Peso.
La mayoría de la gente suele dar por sentado que, cuando se adentran en un
museo y se preparan para realizar el papel de espectador, van a adivinar lo que
se van a encontrar. Arte en formato de cuadros, esculturas o grabados, siempre
se espera lo más conocido, lo común, lo normal. Cuando el resultado no es el
esperado siempre se forma una negación o un cierto rechazo hacia lo extraño,
impidiéndonos ver y sentir, impidiéndonos comprender y entender.
La exposición del artista Charles Sandison, Nature Morte, rompe
con lo previo, nos quita la venda de los ojos puesto que sus obras están en
formato digital, son proyecciones, un mar de pixeles donde las palabras y los
signos de diferentes tamaños, formas y colores, navegan con total libertad y a
distintas velocidades, captando la atención del espectador con un movimiento
hipnótico que le impide apartar la vista de la obra, casi está prohibido
parpadear.
Charles Sandison es uno de los pocos artistas que ha abierto su mente y le
ha abierto la puerta al soporte informático para crear sus obras, siguiendo con
la tradición de evolucionar y no anclarse en las tradiciones, Sandison ha
creado esta obra a partir de su propio programa informático, al igual que en su
momento la artista Jenny Holzer se propuso crear una reflexión en el espectador
a través del texto, el lugar y el momento. Siguiendo sus pasos, Sandison nos
recrea su propia visión sobre el origen de las especies de
Darwin, de una forma conceptual, mezclando la evolución del hombre y del
lenguaje con la evolución de las tecnologías.
Las dos primeras proyecciones guían nuestro pensamiento hacia el ser
humano, en una de ellas las palabras se concentran en un punto que vibra en el
centro de la proyección hasta que salen disparadas por todo el espacio formando
una calavera que va cambiando de posición, como si hubiera ocurrido un Big
Bang y todo se hubiera formado a partir de la nada. La otra nos
recuerda a nuestra anatomía, montones de palabras, números y símbolos se mueven
formando cadenas que nos recuerdan al ADN, a los glóbulos blancos y rojos, a
todas las moléculas y células que corretean por todo nuestro cuerpo llenándolo
todo y llegando a todos los rincones en un circuito cerrado.
La obra que más llama la atención, está escondida, ocupa toda una sala, en
la que las paredes y el techo quedan ocupados por un mar de pixeles que
corretean por todos lados formando palabras y frases que pueden parecerte
inconexas o infinitamente coherentes, te llena de relajación, y te sientes
verdaderamente pequeño, como suele ocurrir si pensamos en la universalidad de
las palabras o en la intensidad de su significado, en que son un arma de doble
filo y que pueden herirte mortalmente o pueden hacer que te sientas
increíblemente dichoso. Una obra en la que su importancia no queda en
entredicho, en la que con solo leerlas, te transportan al momento en que
las oíste por primera vez.
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